
LA GUERRA ES CONTRA LA CLASE MEDIA
Por Fabio Castillo
Director El Diario Alternativo

Casi a la misma hora en que Iván Duque Márquez hacía una alocución presidencial para anunciar que, pese a las protestas, marchas y movilizaciones sociales, su propuesta reforma tributaria iba, y que si acaso le movía un par de comas, Joe Biden leía un discurso en el Congreso de los Estados Unidos donde anunciaba que la acción de su gobierno concentraría en defender la clase media y en la creación de un bloque de búsqueda de la riqueza oculta de los hombres más ricos de su país para asegurarse de que pagaran los impuestos que han evadido por años.


El grosero contraste en los temas sociales entre los dos presidentes se evidencia igual en el talante personal: mientras Biden recibió un país incendiado, al borde de una guerra civil y en un ríspido ambiente de crispación colectiva, cien días más tarde presentó un balance de ambiente sosegado en ese campo y por lo tanto en un espacio propicio para debatir el paquete legislativo necesario para enfrentar la crisis de la pandemia de la Covid-19, todavía sin fin.
El grosero contraste en los temas sociales entre los dos presidentes se evidencia igual en el talante personal: mientras Biden recibió un país incendiado, al borde de una guerra civil y en un ríspido ambiente de crispación colectiva, cien días más tarde presentó un balance de ambiente sosegado en ese campo y por lo tanto en un espacio propicio para debatir el paquete legislativo necesario para enfrentar la crisis de la pandemia de la Covid-19, todavía sin fin.

Hay buenos hombres y mujeres en Wall Street (el distrito financiero de Nueva York), pero Wall Street no construyó este país, eso lo hicieron nuestros sindicatos y los sindicatos conforman la clase media: facsímil del discurso de Biden
Pero la reforma que había propuesto Duque y su ministro Carrasquilla no es una acción aislada, o insólita, sino que corresponde a una evidente estrategia del pensamiento político que lo llevó al poder: Apenas en 2002 -cuando se inició la aventura de la cooptación del Estado desde las fuerzas del imperio subterráneo que pretende controlar el país para silenciar su pasado de narcotráfico, asesinatos y lavado de dinero- un trabajador tenía en el país derecho al pago de horas extras, el trabajo dominical se pagaba triple, la afiliación a la seguridad social era obligatoria, los pensionados tenían 14 mesadas al año, los contratos laborales eran a término indefinido y con todas las prestaciones obvias, como un horario de ocho horas, vacaciones, primas e intereses a las cesantías. Todavía en la fase mercantilista del capitalismo colombiano, una familia propietaria de una casa adecuaba su garaje para poner una mini-tienda de abarrotes y líchigo –esa misteriosa palabra-comodín útil para encapsular cualquier cosa que se pueda echar a una olla de sopa- para apoyar su congrua subsistencia y, de pronto, vacacionar un puente en Melgar o darse un baño de aguas termales en Tocaima.
Hoy ese mismo panorama parece un campo minado, todos esos derechos laborales adquiridos como conquista colectiva durante años fueron desapareciendo de forma sistemática, y hasta la tienda de barrio ha sido sustituido por las “grandes superficies” que hacen lo mismo que una tienda, pero sin pagar lo mínimo a sus trabajadores, y sirviendo dividendos solo a sus grandes accionistas. Hasta la policía, que es un servicio público, tiene adquirida la obligación de vigilar esas sucursales con la misma acuciosidad que ponen para cuidar las oficinas de los bancos, mientras las esquinas de los barrios se llenan de delincuentes. Toda una estrategia que apunta solo hacia su propósito: garantizar la concentración de la propiedad y no dejar escapar entre sus avarientos dedos ni el céntimo que antes se ganaba el dueño de una tienda, el último eslabón en la cadena de consumo.
Todavía nadie ha logrado penetrar, que yo sepa, en ese misterioso mundo de la pirámide de DMG, que se apropió de los ahorros de millones de familias que creían poderle hacer trampa a su eterna mala suerte, y que, desde antes, se dijo no era una aventura de David Murcia, sino de las mismas dos familias que hoy siembran las principales ciudades con centros comerciales donde instalar sus bien aceitadas lavadoras del dinero que, de otra manera, serían una grosería social.
O el gran ataque contra los campesinos que tenían un trapiche de panela a quienes impusieron gravosas inversiones en una infraestructura innecesaria para envolver en plástico una panela, con lo cual el único ganador fue el productor, obvio, del plástico, el mismo que se lucra con los millones de bolsas de plástico que cambian todos los días en los miles de canecas que puso en los andenes bogotanos un alcalde de la capital, acucioso para devolver favores a su financiador de la campaña. Lo único que les importa son los fines, porque la impunidad de los medios para conseguirlos la tienen asegurada con la cooptación de los organismos de control legal, desde la Fiscalía hasta la Contraloría, la Procuraduría, y hasta la Defensoría del pueblo, convertidos todos en apéndices de la corrupta estrategia de concentración que se marcaron en sus contubernios del Quirama.
Y puedo seguir enumerando los hitos que marcan la soterrada guerra que se libra desde el gobierno contra la clase media, y que es la explicación de la propuesta de reforma tributaria que incendió el país, pero eso sería otra columna.
La clase media
Otro contraste relevante surge del mismo tono fundacional del discurso de Biden, preocupado por los efectos perversos de la pandemia en cuanto a la concentración de la riqueza en su país, en manos de unos cuantos, los mismos a quienes dispone investigar: mientras 20 millones de miembros de la clase media perdieron su empleo en esa etapa los escasos 650 multimillonarios vieron incrementada su riqueza en un billón de dólares, y por eso su riqueza combinada vale más de 4 billones de dólares:

Permítanme repetirlo –dijo Biden- 650 personas aumentaron su riqueza en más de un billón de dólares durante la pandemia. Y su riqueza ahora es de $4 billones de dólares
Y eso se exhibe en un país donde la tensión social por la brecha entre ricos y pobres no es tan pronunciada como entre nosotros. Para ilustrar el argumento, esta imagen parece suficiente:
Al iniciarse el siglo 20 Latinoamérica era un 65 por ciento más inequitativo en la distribución de ingresos que el resto del mundo
Hay muy poca fuente en Colombia para consultar sobre la situación de la clase media porque solo se la tiene para exhibir como algodón entre ricos y pobres, y tal vez se recuerde el gran escándalo que causara el director del DANE –la mentira porcentualmente hablando- cuando dijo que en Colombia se “puede decir que una persona de clase media se está ganando al día entre $15.000 y $75.000, es decir, entre $450.000 y $2.250.000”. Con ese baremo seguramente es que pusieron a todo colombiano enchufado a un contador de la luz a subsidiar los robos de energía eléctrica que alimentaron a la cauda política de la Costa Atlántica que vivió de ElectriCaribe, en lo que constituyó el más alto impuesto de subsidio de la corrupción impune en la historia del país. O la más clara expropiación de recursos privados –todavía no cuantificados- en favor del cierto clan político barranquillero.
Todo eso es agresión. O vandalismo. Contra una clase inerme.
Pero de la clase media no se acuerdan sino para imponerle tributos y gravarle cualquier mínima posibilidad de movilidad social. Veamos otro cuadro que muestra la pobreza que nos golpea de manera inclemente:

Tozuda, la línea de la pobreza en Colombia apenas es superada por Bolivia

Y es sobre la clase media sobre la que se quiere imponer el costo de los aviones de la Presidencia –dicen que ya son tres-, el inusitado armamento militar, la burocracia que se alimenta para la época preelectoral y se la cambia de manera tal que nunca se acepte una carrera administrativa, que sería la única salida a acabar con los políticos que viven de poner y remover a sus tenientes políticos y también de garantizar una mínima estabilidad y dignidad al servidor público. Pero vean la evolución de los gastos del gobierno.
El gráfico, publicado por el ex ministro de Hacienda Mauricio Cárdenas Santamaría en su cuenta de twitter, exhibe el escandaloso aumento del gasto del gobierno central en el gobierno de Duque Márquez
La austeridad es ajena a un gobierno que apenas se ha dedicado a la camorra y a repartir favores a cargo de nuestros impuestos. Y para financiar sus bodegas de las malas intenciones, como este contrato también tan publicitado en las redes sociales:

Uno de los tantos contratos con que se adornan las bodegas de tuiteros del partido de gobierno
Y es que la estrategia del gobierno Duque es clara: imponer tributos al consumo de los empleados y subempleados que, además, les votan: no ven a sus conciudadanos como un elemento de contrapeso y responsabilidad, sino como un inagotable marrano de alcancía al que vaciar cada día, y con cualquier excusa. Ocultan que son sus mandatarios –es decir, quienes han sido encargados de cumplir una misión- y se dedican a ejercer de amos, para compensar sus sempiternas arrodilladas internacionales.
Vean el contraste con este otro aparte del mismo discurso de rendición de cuentas de los cien días de Biden ante el Congreso:

Las rebajas de impuestos que se dieron a los multimillonarios en lugar de inversiones en investigación y desarrollo, se desviaron al bolsillo de los presidentes de las compañías, hasta el punto en que hoy en los Estados Unidos un presidente de una empresa en promedio gana hasta 320 veces lo que gana uno de sus trabajadores: Joe Biden
Es la diferencia palpable entre quien se siente obligado a explicar lo que serán sus acciones, y los fundamentos que lo llevaron a adoptarlas. Nada de trinos ni mensajes subliminales. Acción directa y anunciada con anticipación, para que cada quien atienda lo que le compete.
Acá en Colombia ni siquiera nos han dicho cuánto tributamos todos los colombianos con el impuesto del 2 por mil, que se creó para regalarle nuestro a dinero ¡a los bancos!, que afrontaban una crisis, como si alguna vez el Club de Banqueros hubiera donado un peso siquiera a cada colombiano. O sea, otro electricaribe, ¡pero a favor de los más ricos! Y así podemos enumerar, pero hablamos es de la propuesta reforma tributaria.
Ante la evidente decisión de los marchantes de no claudicar en la denuncia de una propuesta reforma tributaria inconsulta e insensata, Duque Márquez ordenó retirarla de los debates del Congreso, antes de que el retirado fuera él por las masas que se cansaron de protestar un día y luego recogerse hasta el llamado siguiente. Ese texto, al que el ex ministro Juan Camilo Restrepo llamó en estas páginas virtuales un “revolcón elitista”, solo podría ser remplazado por uno que de verdad grave y haga pagar impuestos a quienes se han enriquecido hasta con los quinientos pesos de la hora extra que le confiscaron a su trabajador. Vergüenza.
Pero hay voces que aseguran que ese proyecto de reforma tributaria era apenas el envoltorio del verdadero dulce que se reparte ahora en los salones de las comisiones del Congreso: es el proyecto 010 del Senado de 2020, y que, dicen, se llamará de prevención en salud, porque el servicio será tan oneroso, que busca prevenir a la gente de acercarse siquiera a un consultorio médico, sin que le cueste el otro ojo de la cara. Pero ese también es otro tema, que vendrá a continuación.
